A Pinocho le crece la nariz

galletas Pinocho-Buenos días –me dijo una voz de mujer, hace casi dos semanas, cuando respondí el teléfono de casa-, le hablo desde la fábrica de galletas, es por lo de la reclamación.
-¿Reclamación? –le contesto todavía metida en el cuento que andaba escribiendo y pensando que era otro equivocado.
-¿Ese no es el número tal y tal? De ahí llamó un compañero quejándose de la mala calidad de una caja de galletas de soda y tengo a mi lado al director, que quiere hablar con él.
Por fin caigo en cuenta de que mi querido padre se tomó en serio lo de la infame cantidad y calidad de una caja de Pinocho que compramos el otro día en la tienda de 41 y 42. Mi querido Armando Guerra -así le decimos cariñosamente cuando a él le da por “reportar la indisciplina” de un gramaje menor que el establecido, calidad que no existe o mal servicio a la población-, no pudo resistirse al numerito de quejas y sugerencias estampado en la caja, y eso que igual nos comimos las dichosas galletas con tal de que no le diera un infarto.
Dos días. Dos días y tres noches estuvieron Armando Guerra y una vecina con la que hace frente común (a quien le pasó el mismo Pinocho, pero en el mercado de 70), esperando al compañero que venía de no sé qué municipio a ofrecerles disculpas y traerles una caja de galletas de soda como Dios manda. A la tercera noche llegó en una moto, con ojos desorbitados y una explicación de sellos de garantía alterados y demás. A partir de ahí, entre galletas untadas con mayonesa transcurrió la mesa redonda donde Armando Guerra y la vecina mejoraron la harina del pan de la bodega, la calidad del de diez pesos y cuando iban por la galleta de sal me fui a mi cuarto, porque bueno, yo mi cuento aún no lo terminaba de escribir, a ver si me entienden.

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