La Ceiba es sagrada

Foto: Dazra Novak

“Si bien no me hace, mal tampoco”, ¿qué cubano no ha usado, mínimo una vez, esta frase? Así, cuando la realidad le supera, cuando las fuerzas ya no dan más y la cosa se pone gris con pespuntes negros, entonces el cubano recurre a “esos otros caminos”. Llevar una ofrenda a la ceiba es uno de ellos. Pedirle lo que uno más desea, gran respeto mediante, porque la Ceiba es árbol sagrado que no teme tormenta ni ciclón, árbol que hasta el rayo respeta. Y resiste sequía. Y resiste aguacero. Con grandes raíces a modo de muralla protectora el tronco anchísimo amenaza con gruesas espinas y asegura la tradición que para pisar su sombra, hay que pedir permiso. El silencio que reina bajo una ceiba es cosa de otro mundo, como si uno irrumpiera en la casa de alguien que además de ser muy sabio, es tanto más poderoso. Incluso en la víspera de San Cristóbal (Aggayú), patrono de la ciudad, a Iroko – así se le dice a la ceiba en regla Osha- se le da tres vueltas y se le pide, en el Templete, lugar donde se celebró la primera misa. Yo, personalmente, no estoy al tanto de si las promesas se cumplen o no –ojalá que así sea-, pero sí puedo dar fe de la abundancia cubana en el pedir, a juzgar por esa larga fila en cada víspera del santo y por las ofrendas que lucen los troncos durante todo el año. Es más, pregunto entre nos, si te pusieran la ceiba delante y fuera cosa de darle tres vueltecitas nada más. Sinceramente, ¿qué le pedirías?

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